Donde Dios sabe mejor a punto

Posted by francisco javier parra núñez | Posted on 0:46


De pronto el cielo se tiñó de un rosa pastel, los árboles se hicieron papel de periódico, y los patos y las garzas tuvieron un bigotillo incipiente, vistieron trajes, y usaron bastón, un lente redondo en uno de sus ojos, y fumaron cigarrillos rubios, ellos, y blancos, ellas.

No tan de pronto el vestido floreado de mi vecina comenzó a echar ramas. Al cabo de una semana las camelias estampadas en serigrafía sobre los costados almidonados de las mangas fueron árboles inmensos, y la muy horrible cara de la vecina, quedó por allá donde las nubes dejaban caer chocolate en vez de lluvia, y no volvió más nunca a reprendarme cuando reventé alguno de sus ventanales con mis limones saltarines.

El invierno trajo merengue. Jugamos con él. Los muñecos de nieve lo lanzaban en bolitas y construían niños de pelos tiesos y pantalones cortos en la competencia que el nuevo alcalde organizó en la plaza para celebrar su venida. Otros hacíamos trineos con el humo de las chimeneas y las mujeres más atléticas se ofrecían a tirarnos. No faltó el idiota que se lo quiso comer, pero entre todos juntamos cincuenta y ocho litros de agua que ofrecimos a un cuerpo de seguridad experta en tales asuntos. El merengue quedó a salvo.

El cura tenía cara de rana. Y rezó por el milagro y una buena mañana amaneció con las piernas fundidas en una rueda de monociclo y así fue casa por casa predicando la palabra de Dios. Y Dios... Dios se hizo carne. El carnicero tomó el trozo de posta negra, auto denominado Dios, y lo llevó a la policía y lo cocieron al proceso que abrieron con el fin de investigar los hechos. Lo liberaron por falta de méritos. Entonces Dios, de un kilo y medio de peso y con cuatro por ciento de materia grasa según el etiquetado de papel film que recubría su cuerpo, fue llevado en andas por las calles del pueblo y habló fuerte y luego bendijo criaturas y construyó niños de merengue en sus ratos libres.

Era Jueves cuando bajo el árbol más viejo una abeja de cuatro metros de alto leyó que para fin de año todo se haría nada; la antimateria tragaría materia, decía el titular de una rama. Y fue por esas horas de lluvia de chocolate y guerras de merengue, cuando la antimateria recibió la alanceta letal de la abeja y Todoelmundo, mi hermano Todoelmundo, quitó a la abeja sus alas, las asó junto a Dios en la parrilla municipal y bebimos bilis de un toro y jugamos al tintintín con las orejas de un viejo que hace poco se las había quitado para venderlas en el mercado de los turcos. La carne nunca más volvió a saber tan a punto. El cielo nunca más volvió a ser tan rosado. Pero todo ese caos, ese maldito y hermoso caos, vivió en el mismo lugar y a la misma hora, por los siglos de los siglos, hasta que el aire se hizo luz y vino el hombre, ése de una costilla, y la apagó para siempre.

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